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Andrés Echeverría

Cada día se hace más claro de qué está hecho el ADN político de Andrés Manuel López Obrador. Y las evidencias apuntan a que por sus venas corre sangre de Luis Echeverría

Por Ramón Alberto Garza

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Cada día se hace más claro de qué está hecho el ADN político de Andrés Manuel López Obrador. Y las evidencias apuntan a que por sus venas corre sangre de Luis Echeverría.

Y no es para menos. El ahora presidente de México creció y vio sus primeras luces políticas en aquel sexenio en el que uno de sus mentores, el también tabasqueño Enrique González Pedrero, lo afilió al PRI cuando era Secretario General del tricolor a mitad del sexenio del entonces presidente Luis Echeverría. 

Sin los aspavientos de anunciar una gran transformación, Echeverría asumió la Presidencia en 1970, y buscando reivindicar su lugar en la historia que le endosaba la Matanza de Tlatelolco, propició un gobierno de corte populista, estatista, buscando reemplazar los tres principales apoyos del Estado profundo de México: militares, Iglesia y empresarios. 

Rompió con los militares, a los que culpó no solo de la noche del 2 de octubre de 1968, sino del Halconazo de 1971. Rompió con la Iglesia, al promover y proteger al Obispo Rojo, Sergio Méndez Arceo, con su Teología de la Liberación. Y rompió con los empresarios, al auspiciar una Liga Comunista 23 de Septiembre que asesinó a Eugenio Garza Sada, el patriarca empresarial de Nuevo León, y a Fernando Aranguren, el patriarca empresarial de Jalisco. Ambos asesinatos con un mes de diferencia.

Esos quiebres firmaron el triste final de aquel sexenio del Vendaval de la Guayabera, que terminó con crisis expropiatorias de tierras y de empresas, con la primera gran devaluación del Peso en 22 años y con el más absoluto descrédito nacional e internacional. 

Tanto, que su “corcholata” de entonces, José López Portillo, su amigo y compadre, acabó por mandarlo al exilio a las Islas Fiji para tener la libertad de recuperar a las Fuerzas Armadas, a la Iglesia y al sector empresarial. Aunque al final, por una pésima estrategia en el manejo deuda-petróleo, López Portillo colapsó al país y se vio obligado a repetir el furor expropiatorio de Echeverría. Cerró su gobierno estatizando la Banca, devaluando todavía más al Peso -al que no pudo defender “como un perro”- y acabó pidiendo perdón a los pobres, a los que les reconoció con lágrimas que no les había cumplido. Y arremetió contra el empresariado al que acusó de haber saqueado a México. 

Algo similar sucede a partir de este quinto año de gobierno de Andrés Manuel López Obrador. El presidente vive en una desesperación, porque siente que conforme pasan los meses su poder va menguando, algunos de sus deseos ya no son órdenes y teme que los astros se le alineen en contra, rumbo a la sucesión presidencial 2024.

Y al igual que Echeverría, López Obrador dio el manotazo expropiatorio sobre Ferrosur para salvar su proyecto Transístmico. Estatiza también la transparencia, buscando ocultar por “seguridad nacional” todos los gastos de sus grandes obras, como el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, el Tren Maya, la refinería de Dos Bocas, el Banco del Bienestar, Sembrando Vida y todo aquello que puso en manos del Ejército y que intenta que sea inescrutable. 

A diferencia de Echeverría o de López Portillo, el presidente López Obrador no enfrenta una crisis económica. El tratado comercial con Estados Unidos y Canadá, diseñado por Carlos Salinas de Gortari, le da a México el respiro de un intercambio de 500 mil millones de dólares anuales. Eso amortigua el descontento.

Pero, a pesar de haber arrancado el sexenio anunciando la creación del Banco del Bienestar, con una inversión de 10 mil millones de pesos, para construir 3 mil sucursales bancarias a través de las cuáles se dispersen los 300 mil millones de pesos en apoyos asistenciales, ahora dice que el gobierno de la Cuarta Transformación está urgido de un Banco. 

Y a raíz del colapso en la compra de Citibanamex por parte de Germán Larrea, el presidente López Obrador está insistiendo que su gobierno estaría dispuesto a comprarlo. Sus cuentas simplistas incluyen el supuesto pago de dos mil millones de dólares de impuestos por la venta de ese Banco, cuando la realidad es que el grupo financiero Citi podrá reclamar -en Estados Unidos- una bonificación fiscal a su favor, porque compró Banamex en el 2000 por 12 mil millones de dólares y, 23 años más tarde, lo estaría vendiendo en 7 mil. Una pérdida de 5 mil millones de dólares. No existe utilidad, por lo tanto, no hay impuesto a favor ni del fisco norteamericano, ni del mexicano.

Pero en ese frenesí al más puro estilo Echeverría -y frente al fracaso del Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles- el inquilino de Palacio Nacional ya autorizó la creación de una aerolínea del Estado, manejada también por el Ejército, incluyendo la integración de una red de aeropuertos dónde operarla y que incluyen, además del solitario AIFA, el de Tulum -ahora en construcción en la Riviera Maya-, el de Chiapas, el de Campeche y potencialmente el Aeropuerto del Norte en Nuevo León. Todo operado por uniformes verde olivo.

Y conforme se vayan cerrando los tiempos políticos rumbo al 2024 se irán recrudeciendo las acciones desesperadas por definir, controlar y cerrar un sexenio a la medida de sus frustraciones. Como sucedió en 1976 con Echeverría. Como le pasó en 1982 a López Portillo. Abróchense los cinturones, porque el 2024, el de las tentaciones todavía más autoritarias, ya está a la vuelta de la esquina.

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