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28 de abril 2024

20 de febrero 2024

¡Que alguien me explique!

De implacable a intolerante

Al presidente Andrés Manuel López Obrador no le gustaron las manifestaciones en defensa de la democracia que estallaron por todo México

Por Ramón Alberto Garza

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Al presidente Andrés Manuel López Obrador no le gustaron las manifestaciones en defensa de la democracia que estallaron por todo México.

En especial, le dio en cara la mega concentración del Zócalo, el espacio que siente como el patio delantero de su Palacio Nacional.

Y es que, aunque lo quisiera, no podía evitar escuchar los miles de gritos de “¡Narcopresidente!” que salían de aquella plancha de concreto que alguna vez fue su plataforma de protesta para desplegar sus manifestaciones, cuando era el principal opositor.

Ahora es López Obrador el que, como mandatario, tiene que recibir las críticas. Como opositor era implacable, como gobernante es intolerante.

Jamás pensó, el inquilino de Palacio Nacional que, de manera espontánea, sin acarreos ni autobuses -como sí lo hace Morena al más puro estilo del PRI- semejante contingente se aglutinara en tantas ciudades para repudiar la intención presidencial de desaparecer los organismos autónomos que le dan equilibrios al poder presidencial.

Su salida fácil, frente al repudio evidente, fue la de siempre: hacerse la víctima, decir que todo es un “compló” de los conservadores y acusar que los oligarcas quieren volver al poder para enriquecerse.

Sin conceder, quizás lo de antes sería una oligarquía, pero lo que se vive hoy ya raya en una tiranía. La de un presidente como López Obrador que se siente con las ínfulas de incluso secuestrar la Bandera Nacional del Zócalo para que no ondee en medio de la protesta en su contra. El monopolio de los símbolos nacionales.

Absurda su crítica mañanera contra Lorenzo Córdova -el orador oficial- a quien acusó -como lo hizo Claudia Sheinbaum– de propiciar fraudes electorales. Curioso ataque contra quien, en sus días como presidente del Instituto Nacional Electoral, le dio a Morena su registro sin regateos. Un INE que al final del día acabó por reconocer, sin forcejeos, la victoria del candidato López Obrador sobre sus opositores, incluyendo el del Partido en el Poder.

Lo que jamás reconocerá el mandatario que destila hiel y transpira odios por cada uno de sus poros, es que el repudio a su gobierno crece por días. Que no se trata sólo de salir a defender la democracia, que ya de sí es suficiente causa.

Lo que se respira es la protesta airada ciudadana por el desmantelamiento de los sistemas de salud y de educación, por la aberración de una política de “Abrazos, No Balazos” que le cedió más de la mitad del territorio nacional a los cárteles y tiene a México registrando una cifra récord de 160 mil homicidios dolosos en lo que va del sexenio.

Es una condena a la coerción en color verde de los altos mandos militares, dedicados a construir y a amasar fortunas antes que garantizar la seguridad de los mexicanos.

Lo que se protestaba en tantos espacios nacionales era la opacidad de un gobierno que desapareció las licitaciones e hizo de las asignaciones directas de contratos su mejor herramienta para recaudar dinero sucio, para funcionarios y para campañas políticas.

El presidente López Obrador está trastocado frente al grito de “¡Narcopresidente!”, que como ningún otro grito le recuerda de qué pasta terminó hecho su gobierno, aquel que prometía que “juntos haremos historia”.

Hoy está claro que la frase no tenía dedicatoria para el pueblo. Era para los militares, para el crimen organizado, y para algunos selectos empresarios de la mafia del poder a la que hoy les compra sus carreteras, como si al Erario le sobrara el dinero.

Y el simbolismo de desprecio al desafío de la protesta en la plaza fue aquella de que, al momento del clímax de las manifestaciones, Claudia Sheinbaum -la favorita del profesor- se registraba oficialmente como la candidata de Morena a la Presidencia de la República. La “titeranía” en su máxima expresión.

Bien por los miles de ciudadanos que, en todo el país, salieron con esa marcha a dar una clara muestra de congruencia y dignidad para defender su legítimo derecho a elegir a sus gobernantes.

Mal por un presidente que lejos de ser empático, con ese anhelo de democracia, elige quitarse la máscara para mostrar, no el rostro de un oligarca, sino el de un tirano consumado que deja asomar lo que podemos esperar el próximo 2 de junio -o antes si es necesario- si su ruta trazada no es como la esperaba.

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